martes, 8 de junio de 2010

Las señoritas de Avignon


Quiso creer que nunca terminaría así. Quiso imaginarse a sí misma en cualquier situación, exceptuando ésta. Su ingenio la engañó. Él era más fuerte que sus propios pensamientos. Él la manejaba, él la obligaba. Cerró los ojos intentando concentrarse en otra cosa.

Sentía el frío del cuerpo de su compañera, como si estuvieran realmente entrelazándose unas con las otras. Aunque lo cierto, es que así se encontraban. Todo por el sueño de ese hombre. Su amante. El dueño de su corazón.

Rozó temblorosamente la espalda de la chica de al lado, sintiendo como ésta se estremecía ante el inesperado contacto de su mano.

Sin embargo, las otras extendían sus brazos y piernas queriendo mostrar cada recóndito lugar de su cuerpo. Y claro, pues ellas no tenían ese pudor que la caracterizaba. Ellas no tenían problema de flexionarse, mostrarse, de dejar sus pequeños pechos a la vista.

Él observaba, y se divertía. Así era como él se divertía. Observándolas modelar, posar y hasta gemir desnudas. Esto último, ella nunca se había animado a realizar. Por eso mismo, cree que él se olvidó de ella.

La mujer morena, la que siempre se mostraba sin pudor alguno fue su elegida. Pues claro, a él le gustaba eso. Lo atrevido, lo promiscuo.

Su sonrisa se borró, y se quedó ahí, inmóvil frente a él. Frente a ese hombre que le estaba destrozando el corazón. Cerró los ojos, y así se quedó.


Carolina Lesca.
(Cuadro de Picasso. Las señoritas de Avignon)

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