miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cromañón

Aquella tarde de primavera, en donde pasábamos horas en el río tocando la viola, tomando mates y fumando, fue cuando vimos con los pibes un papel pegado a un palo de luz, anunciando un recital de cuatro bandas de rocanrol esa noche en Caseros. Dado que no teníamos planeado hacer nada, decidimos ir. Luego del recital, quedamos impresionados con una banda de Villa Celina, se hacían llamar Callejeros.
Empezamos a seguirlos a todos lados donde tocaban, lo más lejos que fuimos fue Villa Gesell. Ahí conocimos a la banda, pegamos buena onda y la noche siguiente al recital fuimos a tomar unas cervezas a un bar del centro.
Era 27 de Diciembre. La gente tiraba las últimas bengalas restantes de las fiestas, petardos, alguno que otro fuego artificial. Ahí medio borrachos, algo fumados, con la banda de nuestros amores, observábamos el espectáculo. Los fuegos explotaban en llamaradas brillantes, centelleaban, y después caían. En una secuencia extraña, imaginé como caían esas pequeñas chispas a los campos. ¿Que pasaba con la gente del pueblo? ¿Con los marginados? ¿Los fantasmas peleándole al viento? ¡Se quemarían! El humo subía por doquier. La tragedia se hacía inevitable. La incineración es un hecho…
Un comentario de Pato (el cantante) me sacó de mi flash. La banda tocaba el 30 en un local del centro. No me acuerdo bien el nombre, había ido a ver la banda de un amigo una vez. Era un local chico, medio bajonero. Igual la birra era barata y el fernet era Branca. ¿Qué mejor manera de recibir un año nuevo? El 31 la familia, el brindis, y después los amigos. El 30, rocanrol. Un recital, la misa sagrada de los pibes… fuma de este cigarro, pues este es mi cuerpo. Bebe de este fernet, pues esta es mi sangre… que locura jaja…
Nos juntamos en una plaza, cerca de Cromañón (así se llamaba el local, según dijo Pollo). Había pequeños grupos de pibes. Se veían remeras de Los Redondos, de Oktubre, Sumo. Estábamos entre los nuestros. Las jarras pasaban de mano en mano. Los cartones de vino violáceo. Alguien prende un faso. El humo se eleva lentamente, creando formas. Se consume lentamente. Gira por los pibes, llega hasta mí. No le queda mucha vida. Lo pongo entre mis labios, alguien lo prende. El humo me rodea, se va consumiendo, y accidentalmente me quema la boca. Que curioso como se van sellando los destinos…
Medio perdido, me guían hacia la calle, camino unas cuadras. Un hombre me palpó las caderas. Un pasillo oscuro, gente fumando, parejas besándose. Una luz brillante, alguien tocaba una guitarra. Aplauso suave y se calla la guitarra. Creo que estuve con una mujer. Luces que se apagan, aplauso más fuerte. Aquí recuerdo un poco más. Tenía un faso en la mano, sale a tocar la banda. Tocaron “Sonando”. Hacía mucho calor. Mucha gente se apretujaba. Mucha. Había banderas. Eso es el rock. Tocaron “Prohibido”, “Rocanroles sin Destino”. Tocaban “Distinto”, creo, la locura me aumentaba luego del último cigarro. La misa sagrada de los pibes.
La gente salta, las luces brillan. Que calor. Mucho humo. Alguien grita. Algo golpea mi cabeza. Lentamente alzo mi cabeza. La gente tiraba bengalas, fuegos, todos saltan. Cada vez más gente grita, cada vez más calor, ya no saltan, alguien me golpea, gente corre. Más gente corre. Alzo la mirada. Ahí medio borracho, algo fumado, con la banda de mis amores, observaba el espectáculo. Los fuegos explotaban en llamaradas brillantes, centelleaban, y después caían. ¿Que pasaba con la gente del pueblo? ¿Con los marginados? ¿Los fantasmas peleándole al viento? ¡Se quemarían! El humo subía por doquier. La tragedia se hacía inevitable. La incineración es un hecho.
Federico Aveni

Nebulosa (con la rev francesa de fondo)

Escondida de toda la locura y el desenfreno yo puedo observar. Mis compañeros patrios llevaron a cabo una catarata de rojo color. Sin discriminar. Todo era igual para todos, uses peluca, te polvees la nariz, uses pantalones anchos, hagas pan, escribas, pintes. El fin era el mismo, la lámina de reluciente carmesí iniciaba el fluir del néctar que guardan nuestros carnales recipientes.

Pues así una por una las botellas de vino fueron descorchadas y vaciadas hasta la última gota, por el filo del progreso impuesto por la fuerza de las masas que recorren un camino teñido de rubí sangrante para cumplir sus intereses de “prosperidad”.
No se puede hablar. El pan escucha, los barrotes aúllan, el rojo brillante cae aun mas a todos les llega su turno por eso hoy saldré de mi escondite y abriendo la puerta me inundaré de luz oscura, emisaria del sufrimiento, dolor y fin. Con los brazos abiertos y lágrimas en mi espíritu, la tomo de la mano y le digo –avancemos- .

Tomás Tieri

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La libertad

Hace cinco años que podemos leer o tocar lo que queremos sin temor a que nos vengan a buscar. Que distinto que era entonces, donde si leías algo prohibido y se enteraban tenías que prepararte para lo peor.
Yo tenía una banda por ese entonces y una vez por semana nos escabullíamos para tocar en un bar. El dueño era muy amable, él sabía lo que le podía pasar si nos dejaba tocar y aun así lo asía, porque pensaba que no había nada más importante que la libertad. Pobre, si hubiera sabido lo que le iba a pasar no creo que hubiese pensado igual, aun así lo admiro por su valor.
Ese nueve de julio de 1981 tocamos dos temas en el bar antes de que vinieran por nosotros y por el dueño. Terminamos de tocar un tema de Pink Floyd, cuando me quede sin cigarrillos. Salí del bar, y camine dos cuadras hasta llegar a un quiosco. Pedí unos Camel, pague, abrí el paquete, fume uno, y volví.
Llegue al bar para ver lo peor gente apaleada en el piso, y un edificio en llamas, con una muchedumbre mirando. Le pregunte a un hombre lo que había pasado, y este me respondió lo único que yo rezaba que no hubiera pasado, los militares se habían llevado a los músicos y al dueño. Corrí hasta la casa de mi tía para contarle lo sucedido. Esa noche no dormí, en vez de eso intente entender la importancia de la libertad.
Desde ese nueve de julio entiendo que la libertad es algo por lo que se tiene que pelear si se quiere porque por más que todos la tengamos, no quiere decir que todos la respeten y por esa nuca hay que olvidar a los que dieron su vida por ella.
Tomás Cattaino

domingo, 11 de septiembre de 2011

Desertados

La carretera completamente desierta se abría hacia un destino muy lejano, Luca y Francis se encontraban a un lado haciendo dedo y esperando a que algún miserable auto se dignara a pasar por allí. Nada, no había absolutamente nada, puro desierto y algún que otro cactus o escorpión.

- ¿Y si nos comemos uno de estos bichos feos? - Luca ya estaba delirando.

- ¿Y si hubiéramos pensado dos veces antes de haber venido al medio de la nada a rogar porque un bendito auto pasase por acá?.

- ¡Sí! Fue mi idea ¡¿Y qué?! ¿Estás insinuando que cometí un error? Si es así, entonces, ¿a quién se le ocurrió dejar la camioneta en el hotel?.

- Luca, se supone que si se hace dedo, es porque no tenes auto ¿O pensabas venir con la camioneta y dejarla tirada por ahí?.

- Sinceramente... pensaba hacer dedo para que algún tonto se detuviera para llevarnos y reírnos en su cara.

- Acá lo único tonto que veo es a vos y a esa inútil luz colorada - señaló al horizonte con el dedo índice.

- ¿Luz? ¡¿Qué luz?! - Luca volteó para observar que era lo que señalaba Francis - ¡Es verdad! ¡Es una luz roja! Puede ser algún auto que viene a rescatarnos.

- Más que rescatarnos deben de querer venir a asesinarte, aunque para eso ni se hubieran gastado, un poco más de tiempo en este calor infernal y yo te aseguro que nos convertiremos en cenizas.

El Sol comenzaba a arder con más y más fuerza, las plantas secas ondeaban como reflejo en el agua y los bichos se ocultaban en la arena esperando conseguir algo de protección. Los muchachos sentían que en cualquier momento se volverían comida para escorpión, tan devastados estaban que tardaron en darse cuenta que dos chicas, en una moto, hacían señas para que se acercaran.

- ¡Son nuestra salvación! Si tienen algo de agua yo te juro que las... - esto último lo dejó al criterio de Francis.

- ¿Estás seguro de que no son un espejismo?

- La verdad que no ¿Pero qué importa? Parecen muy reales, con eso me basta.

La más alta era la que conducía la moto, se bajó enseguida para presentarse, siempre mirando a Luca:

- Hola chicos, nosotras somos Giselle y Lorelei, los vimos a un lado de la carretera y nos preguntábamos si necesitaban algo de ayuda.

- ¡Por favor necesitamos que nos lleven al pueblo más cercano, no tenemos forma de volver! - le respondió Francis.

Pero la muchacha no respondió, esperaba escuchar la respuesta de parte de Luca.

- Necesitamos transporte - acotó por fin Luca.

- Sólo podemos llevar a uno, así que deberán decidirse entre ustedes a quién llevamos primero.

- ¡Llévenme a mí! - los dos contestaron al unísono y miraron mutuamente con odio.

- Vos tuviste la idea de venir, por o tanto yo me voy primero.

- ¡No! Vos tenes toda la culpa por no haber traído el auto.

- ¡Excusa barata! Eso no tiene nada que ver.

Mientras los jóvenes discutían y se reprochaban cosas entre ellos, las muchachas deliberaron un rato la situación.

- Esta bien, los llevaremos a los dos, súbanse como puedan.

Luca y Francis saltaron de alegría. Los cuatro subieron a la moto para volver al pueblo, Luca ya soñaba con tomarse un buen vino y acostarse a dormir y Francis imaginaba la comida a montones que le esperaba en el hotel. Sentían que estaban por llegar al paraíso.

El vehículo rodeó un cactus grande que bloqueaba la carretera y unos pocos metros más adelante, sin previo aviso, la moto se paró.

- ¡Luuuucaaaaa! ¡¡Te voy a asesinaaaaaaaaaarrrr!! - la voz de Francis fue lo último que se pudo escuchar.




Silvina Rossatti y Juan Vitale

Pétalo de rosas

Los pétalos de rosas aromatizaban Argentina desde hacía ya un par de años, era el tiempo del color rojo y la pasión por luchar por eso.

Desde chico vivía en Buenos Aires como esclavo de mi mundo pequeño, mi familia era de clase alta por lo que yo heredé toda la fortuna, aunque a mí poco me interesaban ese tipo de cosas y más aún cuando conocí a la dama más hermosa de la ciudad. Laura, esa mujer que me encandiló, era de clase media baja y estar con personas de clase social más baja no estaba bien visto por la sociedad. Pero nada de eso importó ni impidió que lograra por todos los medios posibles casarme con ella. Tuvimos dos hijos, los más lindos que hubiera podido tener jamás y el amor que le tuve a mi familia, lo fue todo.

Entonces, esta historia comienza con el gobierno de las Rosas y Balcarces. Yo y mi familia no hacíamos caso a lo que pasaba en el exterior, vivíamos nuestra vida y nada más, porque eso era todo lo que importaba para mí. De un día para el otro y sin previo aviso me llegó una carta, tenía la obligación de unirme a una especie de Campaña contra los indígenas y yo no me sentía preparado para abandonar a todos mis seres queridos.

Me presenté ante el gobernante en persona como parte de la clase alta de la ciudad y le pedí, le rogué que me dejara quedarme y me sacara de la lista del ejército, pero nada sirvió y todos mis intentos fueron en vano. No podía dejar a mi familia, eso estaba claro y no pensaba hacerlo, una vez más se me presentaba una situación dónde tenía que elegir bien mis actos, si había logrado casarme con Laura, entonces esto me sería pan comido: decidí que debíamos que abandonar Buenos Aires.

Nos fue difícil pasar desapercibidos, eramos una familia de gran importancia y todos nos conocían pero mi esposa y mis hijos dieron a entender que se irían de viaje en los días en los que yo estuviera ausente por la guerra para poder sufrir menos. El plan fue el siguiente: mientras yo estuviera marchando hacia la Campaña, ellos desviarían su camino y se encontrarían conmigo en un camino abandonado de la ciudad para cruzar las fronteras. Parecía que todo saldría perfecto.

Cuando llegué al punto de encuentro, logrando evadir a las Rosas y sus seguidores, nadie se encontraba alli. Tenía que esperar y esperé, minutos. horas. días y noches, el dolor de la espera fue infinito ¿Que podría haber pasado? No quería saberlo. Regresé a la ciudad en cuanto pude, cuando llegué no hubo señales de mi familia, aunque sabía que había cruzado todos los límites al escaparme de la Campaña, me volví a presentar ante el gobierno para preguntar sobre mis seres queridos, la respuesta se hizo llegar al instante.

Camino hacia a las fronteras de Buenos Aires encontraron a mis hijos y a mi esposa, muerta, muy cerca de nuestro punto de encuentro. Mi mundo cayó abajo, las únicas esperanzas que me quedaban eran mis dos hijos; pregunté que había pasado con ellos y me contestaron que no podría verlos nunca más, me ejecutarían por alta traición.

Al final, cuando todo iba a acabar logre verlos una vez más, aunque no sé si fue mi imaginación y mi agonía. Espero que mi carta de testamento les haya llegado.




Silvina Rossatti

La vida es rica

Gabriel tenía su propia rutina diaria, las calles eran su vida y la pobreza no era problema para él, aunque como toda persona soñaba con ser rico y tener todo lo que quisiera. Un día como cualquier otro despertó en la calle Tamez, se había dado cuenta de que la noche anterior había tomado de más por el terrible dolor de cabeza que sentía, pero aún así continuó su rutina en paz. El mendigo no podía evitar beber alcohol de vez en cuando, pero amaba su vida y no perdería ni un segundo solo por un dolor irrelevante. Este sería un día todavía mejor que el anterior.

Gabriel visitó la panadería como siempre y pidió el poco pan que podía pagar, el panadero siempre bondadoso le regalaba una o dos hogazas, se llevaban bien. Pero esta vez hubo un cambio, junto con la bolsa de pan vino una pequeña botella de licor, el panadero hacía mucho licor casero así que no le pareció raro al mendigo que decidiera esta vez hacerle otro tipo de regalo. Cuando terminó de comerse cada miga de pan, bajó la comida con el licor; enseguida el dolor de cabeza volvió a aparecer, pero esta vez los mareos fueron constantes y las ganas de largar todo lo que le hacía mal por dentro fueron incontrolables.

Cuando ya se sintió mejor volvió a buscar sus cosas para irse a dormir a otra calle diferente, y en el mismo lugar dónde había colchones harapientos y bolsas enormes con cartón, se alzaba la mansión más enorme que Gabriel pudo haber visto jamás, y esa mansión tenía su nombre.

A partir de ese día el mendigo, sólo se sintió mendigo de vida, pero no de dinero.




Silvina Rossatti

Te propongo

Te propongo, si acaso
decidieras quererme
conocernos por dentro
saber mas de los dos
con un amanecer
lleno de desayunos
sin dejar de ser uno
empezar a ser dos.

Dos desde muy temprano
con un sol tibiecito
que poquito a poquito
nos caliente la voz
las palabras, los besos
las manos, las caricias
la mirada, los ojos
el alma, el corazón

Y cuando el mediodía
de este nuestro encuentro
estalle en un beso
raíz de corazón
juntos atardezcamos
Con un cielo muy rojo
que nos pinte una luna
a la hora del sol

Y también te propongo
si acaso no pudieras
entender que se puede
ser libres siendo dos
enamorarse en serio
dar todo y tener todo
que no me quieras nada
y me dejes sin vos


Pedro Greco