domingo, 11 de septiembre de 2011

La vida es rica

Gabriel tenía su propia rutina diaria, las calles eran su vida y la pobreza no era problema para él, aunque como toda persona soñaba con ser rico y tener todo lo que quisiera. Un día como cualquier otro despertó en la calle Tamez, se había dado cuenta de que la noche anterior había tomado de más por el terrible dolor de cabeza que sentía, pero aún así continuó su rutina en paz. El mendigo no podía evitar beber alcohol de vez en cuando, pero amaba su vida y no perdería ni un segundo solo por un dolor irrelevante. Este sería un día todavía mejor que el anterior.

Gabriel visitó la panadería como siempre y pidió el poco pan que podía pagar, el panadero siempre bondadoso le regalaba una o dos hogazas, se llevaban bien. Pero esta vez hubo un cambio, junto con la bolsa de pan vino una pequeña botella de licor, el panadero hacía mucho licor casero así que no le pareció raro al mendigo que decidiera esta vez hacerle otro tipo de regalo. Cuando terminó de comerse cada miga de pan, bajó la comida con el licor; enseguida el dolor de cabeza volvió a aparecer, pero esta vez los mareos fueron constantes y las ganas de largar todo lo que le hacía mal por dentro fueron incontrolables.

Cuando ya se sintió mejor volvió a buscar sus cosas para irse a dormir a otra calle diferente, y en el mismo lugar dónde había colchones harapientos y bolsas enormes con cartón, se alzaba la mansión más enorme que Gabriel pudo haber visto jamás, y esa mansión tenía su nombre.

A partir de ese día el mendigo, sólo se sintió mendigo de vida, pero no de dinero.




Silvina Rossatti

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