jueves, 25 de diciembre de 2008

La invención del lenguaje

Ebrias de lenguaje
como antiguas bacantes
borrachas de palabras
que endulzan o hieren
pronunciamos las palabras amadas
-carne, voluptuosidad, éxtasis
-en lenguas diversas –joie, gioia, happiness
y evocamos el goce y la dulzura
de las antiguas madres
cuando balbucearon
por primera vez
los nombres más queridos

Las madres
que bautizaron los ríos
los árboles las plantas
las estrellas y los vientos

que dijeron ultramar
y lontananza

Las madres que inventaron nombres
para sus hijas y sus hijos

para los animales que domesticaron
y para las enfermedades de los niños
que llamaron cuchara a la cuchara
y agua al líquido de la lluvia
dolor a la punzada de la ausencia
y melancolía a la soledad
Las madres que nombraron fuego
a las llamas
y tormenta a la tempestad

Ellas abrieron sus carnes para parir
sonidos que encadenados formaron palabras
la palabra cadena
y la palabra niebla

la palabra amor
y la palabra olvido

Saben
desde el comienzo
que el lenguaje
es grito de la voz que se hace
pensamiento
pero nace, siempre,
de la emoción
y del sentimiento.

Cristina Peri Rossi, Habitación de hotel, Edit. Plaza&Janés, 2007
(Escritora uruguaya)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Infortunio

Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima empezó por un placero insolente de ruedas coloradas. Simplemente, se descarriló. Benjamín no supo como controlarlo, y el resultado fue catastrófico.
Mientras estaba tirado en el piso, herido de muerte e inmovilizado por el placero, esperando su final, unas vibraciones en la tierra y un olor putrefacto hicieron que su alma se llenara de horror. En eso, iba creciendo en la soledad un ruido de jinetes. Cuando llegaron, observaron al hombre que, gimiendo en la desesperación, iba desprendiéndose de la vida. Se preguntaron cuán rico sería. Cuando el pecho acostado dejó de subir y bajar, se animaron a descubrirlo.
Se acercaron al cuerpo de Benjamín y, sin dudar ni un instante, hincaron sus dientes en la carne hasta dejarlo seco.
Inés Tubert

jueves, 4 de diciembre de 2008

Autorretrato de Luna


Se llama Luna, es una chica muy simpática y sociable. Trata de dejar de lado sus defectos y explotar más sus virtudes.
Es muy buena consejera, sabe escuchar y ayudar. Le gusta mucho todo lo que tiene q ver con usar la creatividad.
Ama navegar y jugar al golf. No es una chica rencorosa, odia que le mientan y sabe perdonar.
Historia no es su fuerte pero intenta entenderla. De chica solía ser mas extrovertida y con el tiempo llego a ser mas tímida con las personas que no conoce, hasta que entra en confianza con ellas y se suelta mas.
Mide 1.60, tiene ojos verdes y re caracteriza por su pelo rubio con rulos. Tiene 16 años, cumple el dos de enero, vive en San Isidro.

Luna Rubianes

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Duggar

Duggar, de aspecto humanoide pero desconfiado, caminaba como si nada hubiese ocurrido (o al menos eso aparentaba). Sabía que la apariencia era algo importante, siempre lo supo. Duggar no pertenecía al vulgo social. Se jactaba de no confiar en lo que la gente de clase inferior a la que éste era perteneciente pensase. A veces confundía un consejo dado por algún amigo con una influencia que podría llegar a dejar al descubierto su incapacidad de razonar por cuenta propia, y de esta manera jamás podría llegar a hacer caso a lo que sus allegados dijesen. Su viuda madre había tenido una hija con un hombre que no era su padre, ocho años luego de que el pequeño (en ese entonces) Duggar hubiese nacido. La hermanastra de Duggar, a pesar de su temprana edad, no había muerto nulípara. Su cuerpo había sido encontrado mutilado luego de tan sólo haber vivido seis míseros años.
La madre de Duggar se fue después de darse cuenta de que luego de leer en el periódico, en la sección policial, el título con el que la prensa publicaba un caso de violación, tortura y asesinato, la descripción de la víctima era idéntica a como era la hermanastra de nuestro personaje principal. Siete años después de esta segunda pérdida, el joven Duggar, de aspecto humanoide pero desconfiado, caminaba como si nada hubiese ocurrido.
Antes de iniciarse en la caminata abría la puerta de su casa; antes de esto caminaba hacia la puerta; previamente se acercaba al pasillo corriendo atemorizadamente; aún más antes había descubierto lo peor.
Ya era tarde, sabía la verdad y a veces saber de más no es bueno según algunas personas. Estando por la mitad de una de las cuadras que tenía planeado transitar, vio que en la esquina seis chaquetillas policiales estaban detenidas, espectantes.
Los nervios lo carcomían. Parecía que lo habitual era más lento que el movimiento de las manecillas del reloj. Su razonamiento lo llevó a dar media vuelta y regresar por el mismo camino por el que llegó hasta aquella media cuadra.
El futuro llega natural y pacientemente, en su rápida (o tal vez algo lenta) consecuencia de su reciente (para algunos) y remotamente lejana (para otros) profundidad de su inevitable aparición. Duggar no supo esperar, pero su presencia jamás se vio perturbada por la inquietud. Un garante de la seguridad se acercaba por donde el de forma humanoide pero desconfiado no podía verlo. Unos minutos después estaba contra el suelo con esposas en sus manos. Unas horas después en la comisaría y otras después en un descampado, sin ya posibilidades de siquiera intentar pedir ayuda.
Los uniformados ingresaron a su hogar, en donde encontraron los inocentes huesos de la pequeña nulípara. La venganza puede ser terrible, pero Duggar no tuvo tiempo para reír, y mucho menos para reír mejor.
Gino Colonna

Vidrieras con tapados

Giró la llave en la cerradura y luego estiró rápidamente el brazo hacia el picaporte de la puerta para poder abrirla. Vestida con un sweter azul pisó primero con el pie izquierdo la vereda de la puerta de la casa de su madre. Ella iba a visitarla a menudo. Debía ir. Su madre estaba enferma, padecía de esas enfermedades que tienen los viejos. Todos los días, al despertar, se acordaba de que más tarde tendría que ir a casa de su madre. No le molestaba ir a atenderla, le molestaba que no quisiera que la atendieran. Era una enferma vieja, ñañosa. Una vez en la calle caminó sin detenerse, desde el bajo de San Isidro en dirección a la avenida Centenario. Miró en las vidrieras de los negocios muy finos tapados, e indecisa como ninguna se probó seis y no llevó ninguno. Salió del local y tan sólo siete pasos dio hasta la siguiente tienda. Tampoco compró nada, pero esta vez ni siquiera entró. Recordó que debía llegar rápidamente a casa de su madre ¡Ya había retrasádose más de tres minutos! Si ella no se hubiese detenido olvidándose de que su madre la aguardaba impacientemente, la historia no hubiera trazado un trágico final. Cuando el tiempo pasa no hay posibilidad alguna de revertirlo, de todos modos se apresuró. Caminó rápido. Más rápido. Corrió. Ya nada le importaba. Nada le llamaba la atención. No saludó a don Calixto que se encontraba en la vereda de enfrente; ellos eran muy amigos, se conocían desde hacía muchos años y cada vez que se veían , antes de decirse "hola", en sus caras se dibujaba una sonrisa inocultable (de esas que solo aparecen cuando uno ve a alguien a quién en verdad quiere ver). Esta sonrisa en cara de ella no apareció. Corría como podía. Cruzando las esquinas ya sin mirar ni oír. No se dio cuenta de que se aproximaba el tren. El golpe la partió al medio arrancándole pedazos de carne que por el impacto se esparcieron a ambos lados de la estación. Su cuerpo yacía en el suelo. Sus órganos que chorreaban desde su estómago abierto a la vista del público, eran un escalofriante espectáculo para los testigos que, pasadas las tres de la tarde, estaban en ese lugar. Su fresca carne había dibujado mediante la sangre su final en las vías de la estación de tren de San Isidro. Un grupo de cinco vagabundos señalaban la parte del cadáver que más entera estaba y se reían, como burlándose. A unos pocos metros aparecieron dos muchachos que se sorprendieron al observar esa imagen tan brutal. A pesar de que se retiraron instantes después de darse cuenta de qué era lo que habían visto, esos dos muchachos conservaron en su mente la imagen de la carne. Uno de ellos (el que tenía la piel de color más clara y el pelo con menos rulos), al cabo de dos días, tomaría una lapicera y escribiría el acontecimiento, como desahogo. Mientras tanto, un hombre giraba una llave en una cerradura, y estirando rápidamente el brazo hacia el picaporte de la puerta y la abría. Vestida con un sweter azul fue ubicada en una de las mesas de la morgue. Feliz, el dueño de la funeraria compró un sandwich con una pequeña parte del dinero recaudado en el funeral, gracias a que el tren pasó en el momento perfecto.
Gino Colonna

martes, 2 de diciembre de 2008

Una hoja


Gastón sumergió la cuchara en la sopa y la levantó hacia su boca. Mientras tragaba el caliente y espeso líquido, escuchó –una vez más- la voz de su esposa.
- Dejaste huellas de tierra en el pasillo. Las tuve que limpiar yo.
Al día siguiente, Gastón estaba sentado detrás del escritorio de su oficina. Su vista se desviaba de las páginas del informe que revisaba sin interés, y terminó reposando en un árbol a través de la ventana que había delante de él. Era una fría tarde de finales del otoño y los árboles ya no tenían vida. Sus ramas desnudas parecían tan tristes como él. Día a día, las hojas se habían ido volviendo cada vez más secas y oscuras y, finalmente, caían. De la misma manera, sentía que su alma estaba cada vez más desprovista de sentimientos. La alegría y emoción de su reciente matrimonio con la mujer que amaba habían ido desapareciendo, y él iba quedando, también, desnudo, casi, casi, sin esperanzas.
De repente la vio: una hoja roja, seca, frágil, pero entera, la última, comenzaba a desprenderse del árbol. A pesar del frío, no se tomó el tiempo para ponerse los guantes. No permitiría que esa última hoja fuera pisoteada y destruida… salió de la oficina y bajó corriendo por las escaleras.

Alina Chocrón

Bloqueo

Y en lo más alto de la torre
gritarte alguna palabra que no llegues a escuchar.
modular tan poco que jamás la entenderías.
Y al otro lado de tu habitación
golpear tu pared con mis manos temblorosas
y no detenerme a escuchar ni dos segundos tu respuesta.
En la parte más vacía de tu silencio
encontrar ruidos que lo callen e interrumpan
y hablar tan precipitadamente
que jamás codificarías las palabras.

Dar vueltas una y otra vez sobre el eje de tu esencia
y que tu insensibilidad y frialdad no afecten mi carrera
y frenar tan poco, y acelerar un poco más cada instante
tanto.. que jamás lograrías alcanzarme.
Y ver desde lejos tu sonrisa que busca mi complicidad
observarla, pero mirarla con tanto resentimiento
que jamás lograrías darme lástima.
Y al otro lado del mundo
gritar tu nombre en mil idiomas diferentes
y no detenerme a escuchar ni un segundo tu respuesta.
Y en la zona más íntima de mi mente
donde alguna vez lograste refugiarte
cerrarte las puertastan súbitamente
y dejarlas cerradas para siempre
sin escuchar ni medio segundo tus lamentos.

Lucía Hernández 4to 4ta t.t

Sacqueboute

En la noche húmeda de verano,
una multitud bulliciosa de cuerpos en movimiento rítmico
emana transpiración en cada roce de labios,
en cada aspirar del aroma afrodisíaco de los sahumerios.

Sus pies descalzos sobre el pasto
se mueven en agitada carrera
a través de la naturaleza.

En la noche de verano, hay copas calientes
chocando entre sí con sonidos metálicos
y, en el centro, unas llamas ardientes
formando figuras efímeras
evocan una esotérica danza de serpientes.

Alina Chocrón

Autorretrato de Eugenia


Detesta la matemática pero hace el esfuerzo de entenderla. Su pasatiempo preferido es escuchar música y es comilona de alma. Le gusta admirar lo bello y lo ordinario de la naturaleza. El deporte es su mejor compañía y el atardecer un milagro del cielo. Disfruta las cosas pequeñas, recuerda lo que vale la pena y olvida lo que no le sirve. Odia el odio y es un tanto desordenada. Es mediana de estatura y tiene ojos marrones. Es tímida en ocasiones y en otras no tanto. Tiene 17 años y vive en Martínez. Se llama Eugenia.
Eugenia Torre 4º1era T.M.