martes, 2 de diciembre de 2008

Una hoja


Gastón sumergió la cuchara en la sopa y la levantó hacia su boca. Mientras tragaba el caliente y espeso líquido, escuchó –una vez más- la voz de su esposa.
- Dejaste huellas de tierra en el pasillo. Las tuve que limpiar yo.
Al día siguiente, Gastón estaba sentado detrás del escritorio de su oficina. Su vista se desviaba de las páginas del informe que revisaba sin interés, y terminó reposando en un árbol a través de la ventana que había delante de él. Era una fría tarde de finales del otoño y los árboles ya no tenían vida. Sus ramas desnudas parecían tan tristes como él. Día a día, las hojas se habían ido volviendo cada vez más secas y oscuras y, finalmente, caían. De la misma manera, sentía que su alma estaba cada vez más desprovista de sentimientos. La alegría y emoción de su reciente matrimonio con la mujer que amaba habían ido desapareciendo, y él iba quedando, también, desnudo, casi, casi, sin esperanzas.
De repente la vio: una hoja roja, seca, frágil, pero entera, la última, comenzaba a desprenderse del árbol. A pesar del frío, no se tomó el tiempo para ponerse los guantes. No permitiría que esa última hoja fuera pisoteada y destruida… salió de la oficina y bajó corriendo por las escaleras.

Alina Chocrón

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