martes, 22 de junio de 2010

DIME QUIEN CAMINA CUANDO SE PUEDE VOLAR

-Gordo, no me digas que no podés soñar. No me digas que tus sueños ya no pueden llamarse así y que ahora son metas. No me lo digas porque me duele, me duele saber que soy yo quien te inspira esas no ganas de soñar, esas no ganas de sentir demasiado. Demasiado: que palabra de mierda. ¿Sabés por qué? Porque significa que hay un límite, y en este caso un límite para el amor. Y la verdad es que no lo hay.

“Sos vos el que se hace la cabeza y se complica pensando demasiado (porque sí creo que hay un límite para pensar en algo o en alguien) cómo tiene que sentir y cómo tiene que actuar- le dijo temblando nerviosa, sin poder seguir pero sin poder parar.

Él no la miraba… porque no podía. Y ella no lo miraba porque no quería creer que él no podía mirarla.

Porque siempre la miró, porque siempre la adoró, porque siempre lo lastimó. Porque él le dio todo lo que tenía, porque lo tenía todo. Y ella le dio todo lo que tenía, aunque no tenía nada.

-Decime cómo querés que haga para adecuarme a lo poco que tengo de vos, cuando lo tenía todo. Gordo, te tenía todo. Mirame. ¡Mirame, te estoy hablando!
-Te estoy escuchando… Entendé que no te puedo prometer más nada, porque no me siento capaz de hacerte confiar en mi, en que todo va a estar bien. Sos lo que más me importa y lo que menos puedo preservar.

-Entonces hacé algo. Sabiendo que podemos estar mejor, ¿por qué no hacemos lo posible para lograrlo? Claro, que boluda… Porque no me dejás, porque no te soltás. Ya está: me convenciste de que no puedo hacer nada, porque si se trata de querer hacer algo; por supuesto que quiero. ¿Entendés lo que te estoy diciendo? Decime, gordo, decime, ¿quién camina cuando se puede volar?

Sabrina López

1 comentario:

rubia dijo...

Amé este texto, me sentí tan identificada. Creo que tiene todas las complicaciones justas que tiene una mujer.