lunes, 26 de julio de 2010

Mi nombre es Juan

Mi nombre es Juan, soy asesino…va, si es que se me puede llamar así. Soy único, no como todos esos hipócritas que se dedican a destrozar el arte que es ser un buen homicida. A mi me gusta el aspecto psicológico de la muerte, ver el pánico en sus caras, ver como el dolor corre a través de sus lágrimas, ver esa falsa esperanza que crean, pensando que vivirán.

Me encanta mi trabajo, trae muchas satisfacciones, sobre todo monetarias.

Un día un anciano entro a mi despacho, le digo despacho al callejón donde espero pacientemente a alguien que precise mis servicios. El hombre se veía apurado y nervioso como si nunca hubiera hecho algo así. Me dio una foto, en ella estaba una hermosa chica de no más de veinticinco años, rubia, delgada, con la contextura de un ángel. Parecía ser un encargo entretenido.

Me levante temprano al día siguiente, soy puntual para mis citas. Deje el auto unas cuadras alejado. Hacia un frío otoñal agradable, me pone de buen humor pisar las hojas en otoño. Llegue a la dirección que me habia indicado el viejo, era una mansión antigua. Las rejas oxidadas no fueron obstáculo para mí, la puerta trasera tampoco. Al entrar, el hedor a humedad golpeó mi nariz. La casa era bastante grande, estaba llena de rincones oscuros y huecos en el piso. Una manta de polvo cubría delicadamente los muebles, todo parecía abandonado. En un par de días todo eso me seria un recuerdo borroso.

Revise las habitaciones, cada vez que rompía una puerta un espeso olor a hospital salía pesadamente. Esa pestilencia a enfermería que hace que se te comprima el estomago, esa peste a muerte y enfermedades. Ese olor que hace que quieras salir corriendo, que saca las esperanzas, se iba apagando a medida que abría las ventanas. Subí y baje varias veces, todos los cuartos igual, pero faltaba mi victima. A punto de estallar de ira me di cuenta de que no habia revisado un lugar, el sótano.

Baje lentamente mientras el crujir de los escalones me acompañaba. Cada paso mas abajo era un paso más hacia la oscuridad que dominaba el lugar. Al empujar la portilla vi a mi anfitriona, sentada bajo la luz de unas velas me esperaba, lista. Estaba sobre la cama, vestida con un camisón blanco. El magnifico pelo rubio que habia visto en la foto estaba sucio y mojado. No me interesaba saber porqué la joven estaba allí, ni porqué querían matarla, así que empecé con lo mío.

La amarré a la cama y la despoje de su camisón. Ya preparado todo procedí a sacar mi cuchillo preferido, el viejo Tony. Oh si, el viejo Tony, su filo mellado tantas alegrías me habia dado, sabia que él era el perfecto para esta misión, no me iba a defraudar. Corte su rubia cabellera y con precisión quirúrgica tracé incisiones en su cara. Pero no tuve ninguna respuesta.

Las jóvenes son más divertidas porque desarrollan una fascinante histeria a la hora de ser asesinadas. Pero esta no. Ni una lagrima, ni una palabra. Formé un gran tajo en su abdomen, de manera tal que saliera la sangre necesaria para que comenzara a asustarse, pero nada. Me gusta conseguir lo que quiero, así que decidí ponerle ritmo al asunto. Estiré sus piernas, hice dos torniquetes y corte. Corte carne, músculo, hueso. Veía el terror en su rostro, pero no el dolor. No lograba ver su sufrimiento, su pedido por piedad. Ya me estaba cansando, además su maldita sangre estaba manchando mi traje favorito. Decidí acabar con el trabajo.

Le pregunte si tenia un ultimo deseo antes de morir, quería saber mi nombre… Mi nombre es Juan.

Con su último aliento acotó: Quisiera despertar Juan.

Soy un asesino, si es que se me puede llamar así. Nunca maté a nadie, todos despiertan antes de que pueda lograrlo…

Natacha Mansilla

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