jueves, 15 de julio de 2010

Beatriz

Nunca volví a ver ojos tan desgarrados como los de Beatriz. Emanaban un pasado desagradable y una chispa que nunca pude distinguir si era de odio o tristeza. A veces parecían reflejar vida, pero era cosa de seguir mirando y ver que en realidad estaban apagados y fríos. Beatriz me miraba a los ojos, pero nunca sentí su mirada, era como si no existiese. Realmente no la conocí bien. Su cuerpo era como un esqueleto danzante envuelto de misterio, listo para ser enterrado, pero negándose a dejar de respirar. Me pregunte muchas veces de donde venia y hacia donde iría. No pude ni podré contestármelo.

La encontré en el río. Con ese particular caminar difunto se sentó a mi lado. Nunca fue mi fuerte hablar con las personas. Pero nos complementábamos bien. Ella decía todo lo que yo callaba. Sus palabras empezaban en “habia una vez…” pero no tenían un fin. Sus frases parecían desprender ramas y ramas que las alejaban del suelo y las impulsaban al cielo. Nunca escuche completamente lo que decía. Me perdía su voz.

Intenté comprenderla, intenté entender porqué lloró cuando me dijo “que hermosa”, pero no pude comprender ni entender.

-¿Te pasa algo?- Le pregunte ingenuamente.

Era obvio que pasaba algo, pasaban muchas cosas. No podría explicar como lo sabia. La hubiera abrazado para que dejara de sollozar, pero me repelía el miedo. Si, el miedo. Su presencia intranquilizaba lentamente sin que pudieras darte cuenta.

Si dios nos dio un don a cada uno, el de Beatriz era poder decir, sin palabras, si le caías mal o bien. No podría explicar como lo sabia, pero sabía que yo le caía bien.

La ultima vez que la vi me saludo con una sonrisa y me dijo “Vos sí que tenes luz, la irradias por todos lados, cuida que no se apague y no permitas que la apaguen…”. Se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la avenida. Nunca volví a ver ojos tan desgarrados como los de Beatriz.


Natacha mansilla

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