Autorretrato de Keila

Es lógico, según me cuentan, que viva en mi mundo. Esa es, sin duda, la mayor característica de todo pisciano. Las nubes son mi cielo y en ellas mis oídos solo prueban música, mi voz es la representante  del silencio mientras mis ojos, mezcla de verde con miel, y el tacto se regodean en recuerdos, haciéndome revivirlos una y mil veces, como si pudieran ser reales de nuevo.

No suelo expresarme más allá de las letras impresas, es difícil describir los sentimientos de forma oral. Me cae muy mal la gente hipócrita, creo que el amor eterno es privilegio de pocos, doy muchos consejos, pocas veces los sigo, no se mucho de muchas cosas pero si se lo justo y necesario. Como todo mopet soy un metro y medio de pura ternura, o eso dicen. Entre mis enemigos se encuentran la duda, el miedo, la incertidumbre y yo misma. Amigos tengo muchos, buenos, zafables, distantes, callados, locos, mucho más locos y otros con pase libre en el borda.

Las peleas no son mi fuerte, las tuve, tengo y seguiré teniendo pero preferiría no traerlas a esto, ya que no son algo que me defina si no más bien una consecuencia de las cosas que me tocaron vivir y las personas con las que he tratado hasta ahora.

Uso frases o palabras que casi nadie usa y pocos entienden, cuando las usos la gente se pierde como turco en la neblina y se piensas que estoy tócame un vals. Si cuento con los dedos las cosas malas que me pasaron necesitaría la ayuda de otra persona más, pero me consuela el saber que no puedo contar ni con mil manos las alegrías, grandes y pequeñas, que recuerdo.

Sin dudarlo ni por un instante lo más preciado que el azar me otorgo fue la familia que tengo, porque por mis hermanas lo doy todo, en especial con una que al verla llorar me parte el alma, y no solo “tengo el placer de compartir mis andanzas con una guerrera” a la que puedo llamar mama si no que también “lo juro por mi pellejo, para mi Dios es mi viejo.”