sábado, 21 de agosto de 2010

New york! New York!



La gente se acumulaba sobre una montaña de escombros, el mercado central había sido arrasado y los hambrientos se amontonaban buscando restos de alimentos. Juan caminaba a paso lento, las personas apresuradas empujaban y gemían de ansiedad, el hambre devastaba hasta al más valeroso de los hombres. Juan era delgado, pelado, muy pálido, y su respirar casi no se sentía. Tenía grandes ojos y unos oscuros parpados. Su delgada boca no abandonaba la expresión de disgusto. Sus orejas puntiagudas era lo que mas resaltaba de su cara.

Mientras de fondo sonaban las sirenas y los tanques de guerra aparecían de diferentes lugares, el sol bajaba. Sus últimos rayos calentaban las baldosas. New York no era lo mismo que tiempo atrás. Sus calles corrompidas por el tiempo y sus edificios con aspecto de viejas tumbas demostraban que no seria nunca igual que antes.

Después de la gran crisis económica, hubo una serie de guerras que dejaron mas empobrecido a Estados Unidos. Parecía que la era del gran imperio acabaría en ese momento pero fue tiempo después cuando Cuba, aliándose con varios grupos terroristas del medio oriente, desencadenaron la guerra por los Polos. Esta terrible lucha termino aniquilando todo el país y su intento por obtener agua.

New york yacía bajo la noche, seca como un desierto, dejando morir a miles de sed y hambre. Juan entro a su pequeña habitación, había conseguido un par de restos para la cena. Sentado bajo la luz de las velas, se atragantaba rápidamente con los pequeños trozos de comida. Ya no le molestaba el frío, se había acostumbrado a él. Pero le molestaba la soledad.

Todavía vivían pequeños grupos de personas esperanzadas que buscaban en la tierra pequeños brotes de plantas. No existían las familias ni ningún otro parentesco. Los bebes nacían y solo los que sobreviviesen a las enfermedades y la suciedad que exhalaba la sociedad, vivían. Los pequeños chicos se debían convertir en rufianes, asesinos y ladrones. Y las muchachas debían ignorar su niñez y lanzarse a las calles, defendiéndose por si solas, prostituyendose. Muchas morían en condiciones míseras. A nadie le importaba.

Los objetos brillantes y extraños podían venderse a muy alto precio, la raza humana siempre conservó esa tendencia a guardar cosas inútiles pero hermosas a la vista. Las monedas, los trozos de espejos y el papel eran tesoros invaluables. Juan había tenido la suerte de encontrarse un par de chapitas de gaseosas, podría comprar alimento suficiente para un mes.

Pasaba por el callejón mas oscuro en busca de algún vendedor, cuando sintió una tierna vos cantando estridentemente.

“Start spreading the news, I am leaving today”

Había escuchado esa melodía en ese mismo callejón antes, camino siguiendo el sonido con los ojos cerrados. Debía saber de donde provenía.

“I want to be a part of it, New York, New York...” seguía la melodiosa voz. Como terminando de cantar bramó un poco mas fuerte “These vagabond shoes… Are longing to spray, Right through the very heart of it,” y se corto secamente como habiendo olvidado la letra.

Juan se acerco a la puerta de donde provenía la canción y con un susurro termino al compás “New york, new york” Espero en silencio alguna respuesta. Por varios segundos pensó que nadie contestaría. El ruido de la llave abriendo la cerradura hizo que diera unos pasos para atrás, asomo lentamente la cabeza una joven de pelo negro enmarañado. Tenía unos ojos extrañamente verdes y una boca tan delicada que hacia que el resto de su cara se viera mas demacrado. Sonrió como asustada y apartó completamente la puerta. Hizo una burda reverencia y con un ademán exagerado le indico que entrara.

Juan tuvo que pensarlo tres veces antes de entrar, nadie le abría con tanta confianza la puerta a un extraño y menos a esas horas. Pensó que era una trampa, le robarían y lo matarían. Había rumores de que grupos de personas, famélicos por el hambre, tendían al canibalismo. ¿Y si dentro de la casa había un grupo de hambrientos esperando su tierna y calida carne?

- Que mas da – pensó.

En esa época de desesperación y cólera podías morir en cualquier esquina, en cualquier escabroso lugar abandonado y nadie lloraría por tu perdida. No temía por su vida.

Paso por el umbral de la puerta, el techo del edificio se caía de a pedazos, vio unas sombras a lo lejos. Miro para atrás y la chica apuraba el paso para poder caminar delante de él. La siguió por un largo pasillo hasta el cuarto de donde provenían algunas voces y risas. Risas descosidas, sin sentido, risas realmente honestas. Hacia mucho que no escuchaba a alguien reír. Mi nombre es Julia, dijo la delicada muchacha antes de empujar la puerta para entrar. Juan se sorprendió al ver a los extraños personajes que estaban sentados al borde de una vieja mesa de billar. Cuando llegó, todos callaron y lo miraron en silencio por algunos segundos. Siéntate, le indico Julia. Se acomodo en una butaca y empezó a mirar su alrededor.

En una de las puntas había un hombre con un traje de payaso corroído por el uso, con ojos caídos y tajantes arrugas que cruzaban su frente. Al otro lado, una señora de no más de treinta años lucía un vestido blanco con encajes delicadísimos ennegrecidos por el polvo. Y más cercanos a él, una pareja se susurraba cosas en francés y se abrazaba apasionadamente sin dejar de mirarse a los ojos constantemente.

¿Como sabes que esta bien que entre? Julia, vos y tus corazonadas nos van a terminar matando a todos. No podes confiar en cualquiera, Julia Julia Julia…- decía con tono de desesperación el hombre vestido de payaso.

Déjame a mí – le respondió, y se paro apresurada. Sin explicar nada le indico a Juan que la siguiera.

Bajaron hasta lo que parecía un sótano, por unas escaleras larguisimas hasta una puerta de metal macizo. La chica comenzó a tirar de la manija, haciendo mas fuerza de la que podía hacer. De a poco la puerta fue cediendo bajo la presión del peso. Busco a ciegas algo en la pared, hasta que una seguidilla de tubos de luz fueron encendiendo de a parpadeos. Ese depósito era enorme, tan grande que parecía una segunda ciudad subterránea. Estaba repleta de repisas interminables y montones de cajas etiquetadas por año y por orden alfabético. Libros anchos, CD’s, vinilos, posters de películas, tocadiscos, pinturas y demás obras esperaban amontonadas prolijamente en la oscuridad de ese lugar.

Julia lo agarro de los brazos y seriamente sin dejarlo inquirir comenzó a hablar.

Acá tenemos encerrada a la cultura que queda de New York y del mundo. El planeta esta autodestruyéndose, no hay agua, no hay comida, los animales mueren, las noches son cada vez mas heladas y los días son un tormento de calor. Las personas perdieron la cordura, no existe el amor, solo la desesperación. No hay actos de bondad, solo egoísmo. El ser humano ha involucionado, se volvió brutal y sanguinario como en sus comienzos. Cuando todo esto termine solo los fuertes vivirán, solo las más monstruosas personas capaces de matar y destrozar…esas alimañas heredarán el planeta. ¿Y que será de los artistas? ¿De los pensadores? ¿De los hilarantes escritores? ¿La música? Todo eso no se perderá para siempre, porque nosotros cuidaremos que no desaparezca, este sótano representa lo que fuimos alguna vez. Ni yo, ni ninguno de mis compañeros lo abandonaremos. Lo defenderemos, pasaremos toda esta sabiduría a los que nos sigan, y a cualquiera que quiera sentirse parte de ella. Por instinto nadie se acerca a nadie, todos tienen miedo, pero hiciste lo contrario, por eso te abrí, todavía conservas la curiosidad propia del hombre. El instinto de querer conocer e investigar. ¿Cómo sabias el final de la canción? – termino de decir Julia.

Juan la miro anonadado sin contestar y revisó con la vista nuevamente el lugar. Era, sin lugar a dudas, una mina de oro. Esas estatuas, los colgantes brillantes, los libros de tapa dura… podría vivir como un rey. Esos objetos valían una fortuna, si tan solo pudiera arrancar una hoja de cualquiera de esos textos, podría venderla y comer maravillosamente por una semana o dos. Julia le habia atraído al principio, ahora le parecía estúpida. ¿Guardar libros? ¿Cultura? A quien le importa eso… ¿La música? ¿El arte? Eran cosas obsoletas para Juan. Él necesitaba cosas palpables, no daría su vida por una causa tan ilusa. Sus pensamientos fueron pasando rápidamente a lo maligno. ¡Si obtenía algo de se lugar podría comer semanas! Pero… ¿Solo unas semanas con alimento? Si, al principio, luego moriría de hambre de nuevo… ¡NO! Volvería, y reclamaría más libros y objetos valiosos, y deberían entregárselos. Ese seria el precio de que él mantuviera la boca cerrada y no contara sobre lo que poseían ahí debajo.

Miro a la chica como reclamando lo que le pertenecía, ella miro los vacíos ojos de Juan y entendió lo que significaba, el también estaba vacío, como todos los demás. Tristemente agacho la cabeza y pregunto ¿Cuál de todos?
Juan salio por la misma puerta que habia entrado, iba descuartizando el libro que habia elegido, y después de haber arrancado todas las hojas se deshizo de la cubierta, tirada en un callejón quedo la última tapa del último ejemplar de “humano, demasiado humano” de Friedrich Nietzsche.


NATACHA MANSILLA

1 comentario:

Carolina dijo...

Busqué un texto tuyo porque me gusta mucho como escribis. Tenés una forma muy prolija y detallista que hace perfecto al texto. Y éste no se quedó atrás.
La verdad que el final es totalmente inesperado, es decir, no esperaba que Juan realmente se fuera con un libro. Pensé que estaría de su lado, o al menos cambiaría de opinión. Pero demuestra como es todo humano hoy en día claramente, no? Eso del egoísmo y pensar en uno mismo...
Me atrajo mucho, realmente tenes un don para escribir! :)
Carolina Lesca.