sábado, 21 de agosto de 2010

Ernesto y la fábrica de kiwis


Ernesto era un tipo copado. Debería tener más de 80 años ahora, porque aunque nunca me dijo con exactitud su edad, sé que estuvo en la Segunda Guerra Mundial, ése es un buen dato. Siempre nos hablaba de la guerra, él era joven dice, muy joven. Y sin embargo tuvo que estar en la guerra. Porque su padre era General, y era la obligación de Ernesto, de estar en la guerra.
Él era polaco. Su nombre no lo dice, porque su madre es argentina. Pero nació allá, en Varsovia. Seguro te preguntarás que hago hablando de un anciano de 80 años ¿No?
Bueno, Ernesto era especial. Desde que mis hermanos y yo somos chiquitos, que nos escapábamos de casa para estar un rato en la calle con nuestros amigos, que vamos a la casa de Ernesto. Eso fue hace como 20 años atrás, cuando éramos chiquitos.
Ernesto nunca quiso contarme de qué trabajaba. Siempre cuando lo visitábamos, además de darnos montañas de dulces, me contestaba: Juan, deja de preocuparte por mi trabajo, solamente… tengo una fábrica de kiwis. Y yo le sonreía. Porque me lo creía. Es decir, hoy por hoy, no es creíble. ¿Quién se creería que dentro de su casa alguien podría tener una fábrica de kiwis? Además ¿Con qué fin si no vendía frutas?
Pero tengo que confesarles algo: es cierto. Hace unas semanas que volví a mi barrio de la infancia, a recorrer las calles que me hicieron recordar infinidades de cosas que creía haber olvidado. Es más, cuando mi hermano y yo, escribimos nuestros nombres en el cemento húmedo del arreglo de la calle de nuestra casa, todavía estaban ahí. “Juan ´90” y “Diego `90”.
Ahí fue cuando recordé la casa de Ernesto, seguía igual que siempre. Con ese color amarillo pastel del frente, y todo de madera. Al parecer, continuaba manteniendo bien su casa. Me acerqué a tocar el timbre, y me entró una duda: ¿Seguirá viviendo? ¿Seguirá viviendo acá? Sin embargo, alguien ya había abierto la puerta. Era una muchacha, diría yo de unos cuantos años menos que yo. Me miró confundida, y yo a ella.
- ¿Ernesto no vive más acá? – le pregunté, aunque capaz, la chica no tenía ni idea de quien era Ernesto.
- No, mi padre falleció hace unos años – me dijo ella. ¿Padre?
- No sabía que Ernesto tenía una hija… -
Ella se encogió de hombros. Ahí me di cuenta, que por su edad, Ernesto debía de haber tenido a esta muchacha, tiempo después de que yo me mudara. Porque sino, la recordaría.
- Bueno ¿Y quién sos? – me preguntó ella recargándose sobre la puerta. Yo me había quedado pensando.
- Mi nombre es Juan, cuando era un nene jugaba con tu padre.
- Veni, pasa… - me dijo invitándome a su casa.
La casa de Ernesto estaba muy cambiada. Ya no era la misma. Se notaba que esta chica había cambiado todo. Una lástima, siempre la casa de Ernesto me había gustado. Sonreí al ver unas cuántas fotos de él por toda la casa. No encontré foto ninguna de alguna mujer, que pudiera decirse que era la madre de esta chica.
- Mi padre murió, por decisión propia – me empezó a contar ella – No, no se suicidó – me dijo cuando vio mi rostro de preocupación - ¿Nunca te contó? – frunció el cejo y yo lo miré confundida – Lo de su fábrica…

Yo intenté recordar y entender de qué me hablaba la chica, pero no lo entendía. Luego, lancé una carcajada.

- ¿La de kiwis? – y ella asintió entusiasmada – Si, pero ¿qué tiene que ver?
- Bueno, no era una simple fábrica de kiwis… - empezó a contarme mientras abría una puerta de una habitación que yo siempre había visto, pero nunca había entrado – Esta maquina, genera vida humana… tanto como la destruye.
Ella se dio vuelta y notó en mi rostro la desorientación total, estaba diciéndome cosas descabelladas.
- Así nací yo – señaló la máquina, y luego fue a buscar una gran cantidad de papeles amarillos ya por la antigüedad y me los mostró.
Eran bocetos de un bebé e instrucciones de cómo crearlo.
- ¿Eres producto de una máquina? – la miré trastornado, y ella simplemente asintió.
Seguí observando los papeles, y vi que había uno llamado Mortis Lenis, que nunca supe que significaba, pero que tenía anagramas de un hombre muerto.
¿Podía ser todo esto cierto?
- No, esto no puede ser cierto – empecé a reírme – Que chistosa que sos, ¿Cómo puede existir algo así? – negué con la cabeza y le devolví los papeles.
Empecé a caminar a la salida principal, puesto que esta tontería ya me parecía demasiado, ya estaba grande para seguir con mentiras de fábricas de kiwis y regeneración y destrucción de humanos.
- Juan, espera, es totalmente cierto… - me dijo ella mientras me seguía - ¡Espera! Ya lo recuerdo… - dijo ella de golpe – Él dejó algo para ti.
Me frené en ese instante y me giré a verla, la chica entró a otra habitación y salió con un sobre en la mano y me lo dejó.
- Léela, algo debe explicarte él aquí… si me crees, vuelve – me dijo mientras habría la puerta.

Y hoy, estoy, nuevamente sentado a su lado. En la carta Ernesto, con sus sabias palabras me explicaba el funcionamiento de esta máquina, y me otorgaba también el derecho de presentarla como mía. Él ya había probado como crear y como destruir personas. Ahora era mi trabajo difundir el funcionamiento de esta fábrica de kiwis.

Carolina Lesca

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