lunes, 22 de junio de 2009

Esperar a que se enfríe

El invierno se aproxima, tranquilo pero apoderándose cada vez más de la oscura sombra. El sol ya casi ni se ve… ausente está. Y la esperanza de que te invite a tomar un café amargo se va desvaneciendo por el tiempo tan efímero de estos días. Tu café, como de costumbre se enfría en la mesa a un costado del papel y lápiz, y después cuando termias de escribir o garabatear algo en el, te das cuenta que ya es tarde para tomarlo. Pero eso ya no te importa, porque sabias que iba a pasar… La nostalgia imprudente nace en el momento menos indicado, justo cuando tenías que concentrarte en el apunte sobre la economía Japonesa. Vas a un quiosco para comprarte un gran chocolate, a ver si la situación cambia y esperas que el gusto dulce se transforme en un calido puente que pase por la laringe, faringe y estómago. Pero te va mal como de costumbre, y el buen hombre ya cansado de tu tardanza de aprendizaje te da más oportunidades para aprobar, porque sospecha algo desequilibrado en tu cabeza, o porque simplemente le caíste bien. Y así las horas pasan, los días, las semanas, y no encontras más remedio que tirar las nostalgias por una ventana.- como si fuera tan fácil- Después, de vuelta a casa, tratas de no prender más un cigarrillo, y admiras como siempre el local de cuadros y espejos pintados con iluminaciones diferentes en escalas. Parando la oreja para escuchar que están pasando en ese momento, distinguís “in a sentimental mood” y te plantas ahí mismo ni bien escuchas el sol menor del estribillo. Justo en ese momento, reconoces a un perro que va hacia vos balanceando la cola de un lado para el otro festejando haberte encontrado y lo acaricias y le sonreís complacido por sus singulares piruetas. Luego entras en tu habitación, y describis la secuencia de hechos tomando como hincapié al perro, o a las nostalgias y al invierno, o al chocolate y su fallido intento. O al café que se enfrió apropósito…
Maitén Vicoli

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