miércoles, 5 de septiembre de 2012

El viaje

Abrir la puerta de casa es, probablemente, la cosa más difícil que hago cada día. No es que piense que el día vaya a ser pésimo y por eso me cueste abrirla, lo que lo hace tan difícil es el agotamiento mental producido por las pocas horas de sueño, nunca me acuesto tarde, pero a mi mente le gusta activarse en el momento que lo hago, lo que me produce miles de pensamientos filosóficos que a veces termino sin entender. La puerta ya está abierta, camino hasta la parada del colectivo y espero entre 5 y 20 minutos. No pasan cosas muy interesantes en ese tiempo, sólo veo los vehículos pasar, gente subiéndose a los colectivos que no tengo que tomar, colectivos que están tan llenos que no paran en la parada, en fin, unos 10 minutos en los que podría hacer algo más importante que esperar un autobús. Cuando logro subirme, suelo encontrarme con alguna que otra experiencia desagradable, como el olor a sudor de alguien que está demasiado cerca, olor a vómito de algún ebrio que anduvo en el mismo coche, el llanto de algún que otro bebé (no es que crea que los bebés son irritantes, pero oír su llanto en las primeras horas de la mañana puede ser bastante molesto). Se me van 15 minutos de vida en ese viaje, en los cuales tengo que aguantar empujones, mantener el equilibrio, escuchar música molesta de algún otro viajero mientras escucho mi propia música, generando un escenario bastante caótico en mis oídos. Ya fuera del transporte, me veo rodeado de luces, las luces de San Isidro. Camino hasta la escuela, los comercios están cerrados, la gente camina presurosa para llegar a sus trabajos o escuelas, veo sus sombras, y alguna que otra vez me asusto con las mías. Son sólo 6 cuadras las que camino, pero para mí, son eternas… Manuel Humeniuk

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