martes, 28 de agosto de 2012

El viaje

La estación de Carupá estaba calurosa por el sol del mediodía, a pesar de que el invierno estaba en uno de sus días cumbres. El arreglo de las vacaciones se estaba consumando, y lo necesitaba urgentemente, la empresa había agotado todos mis límites y necesitaba descansar. María había preparado todo para el viaje por el Norte. Las paradas ya establecidas eran Jujuy, Salta y Tucumán; después intentaríamos recorrer otros puntos. Mauricio y María viajarían en su coche, Leonardo viajaba conmigo en nuestro viejo Fiat. Armamos una pequeña caravana de automóviles, ya que ninguno sabía exactamente como ir y el único que tenia GPS era Mauricio. A medida que llegábamos a la ruta mis pulmones parecían notar un cambio de aire que purificaba todos mis agitados pensamientos. “Luciana tráeme rápido las carpetas, Luciana no te olvides de archivar los últimos casos, Luciana, Luciana…” el trabajo parecía estar en otro plano muy alejado de esta realidad que nos ofrecía los brillosos paisajes y sus hermosos colores. Llegamos alrededor del mediodía del martes, y todos estábamos realmente agotados por el largo viaje. Bajamos del auto, tratando de estirar cada músculo del cuerpo. Llegamos al hotel que contrato Mauricio y nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones para poder cambiarnos de ropa. La primera excursión que hicimos fue un recorrido por la Quebrada de Humahuaca. Mauricio y María hacían una hermosa pareja, iban juntos de la mano y compartían los mismos gustos. Los conocíamos hace dos años y eran las primeras vacaciones que pasábamos juntos. Leonardo y yo, nos conocimos en el secundario y ya la rutina había terminado con todo lo inusual y nuevo. Aprovechábamos este viaje para renovar nuestra relación. Volvimos al hotel, estábamos exhaustos. Salimos y empezamos a caminar junto a María. Leonardo y Mauricio iban un poco más atrás que nosotras. Comenzamos a seguir un camino sin dirección establecida. Caminamos y caminamos y nos adentrábamos cada vez más en un bosque demasiado oscuro para mi gusto, y la noche nos seguía cada vez más de cerca. En un momento escuchamos ruidos a nuestro alrededor, y cuando dimos la vuelta para buscar a los chicos, ya no estaban. El ruido parecía acercarse cada vez más y más. Nos abrazamos fuertemente, las dos temblábamos a la par, y de repente, silencio. Nos miramos aterradas; ninguna quería realizar el primer paso, y justo en ese momento, un grito y dos sombras que se acercaban corriendo a nosotras. Gritamos fuerte. Mauricio y Leonardo se acercaban cada vez más rápidos a nosotras estallando en fuertes carcajadas. Nos estrecharon en un fuerte abrazo. Nosotras no podíamos respirar, el susto seguía en cada una de nuestras venas. Por un momento ellos se preocuparon, pero luego echaron a reír otra vez, al ver que la sangre volvía a recorrer nuestros cuerpos. Miles de grito y suaves golpes (que intentaban ser fuertes) se descargaban en esos dos chicos que intentaban dejar de reírse para pedir perdón, pero no podían. Nosotras intentábamos planear la venganza, pero en un momento nos separamos, y María fue a caminar con Mauricio y yo me quede con Leandro. Recordábamos como nos conocíamos, los momentos en que planeamos el viaje, como nos estaba yendo en el trabajo; todos esos temas eran recurrentes en esa noche. En un momento, miramos nuestro relojes, casi simultáneamente, y nos dimos cuenta que ya era demasiado tarde. Emprendimos nuestro viaje de vuelta, pero no podíamos encontrar el camino de vuelta, la luna llena, que en un momento de la noche estaba radiante y esplendida en el cielo, ahora estaba encapotada de nubes que ocultaban su blanca luz. Decidimos quedarnos ahí, esperando a la luna, o en su defecto al amanecer. La idea no me gustaba, y a María tampoco, teníamos miedo; pero Mauricio y Leandro nos tranquilizaron. Ruidos de todas partes se mimetizaban en la noche, y aparecían extrañas criaturas en nuestros pensamientos. La noche estaba por llegar a su fin. Era la última etapa que debíamos enfrentar para poder salir de ese oscuro bosque que me ponía la piel de gallina. En ese mismo instante una sombra apareció en las plantas más cercanas. Nos miramos con María, que se había acostado conmigo, y nos empezamos a reír, creyendo que eran los chicos. En ese momento, nos dimos vuelta para pararnos y vimos a los chicos mirando a esa horrible criatura que se acercaba. Un grito ahogado hirió mi garganta. Y el despertador sonó, para decirme que tenía que ir a trabajar; y todavía quedaban otras dos semanas para que llegaran mis vacaciones. LUJAN RINALDI

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