jueves, 6 de septiembre de 2012

El ave

Corría el año 1923 cuando junto a mi marido decidimos mudarnos a Australia. Había surgido una gran posibilidad laboral y buscábamos nuevos aires. Él creó en sus años de juventud una empresa minera que se encontraba en pleno crecimiento.
Nuestra nueva hacienda se encontraba en el medio de la selva, teníamos todas las comodidades posibles, pero yo nunca dejé de temer por mis hijos, que eran pequeños y  nos encontrábamos muy lejos del pueblo para solicitar ayuda en caso de peligro.
Los caseros constantemente tenían que salir de noche y proteger a nuestros caballos, los animales salvajes no se acostumbraban a nuestra presencia y querían atacarnos, el olor a comida los tentaba. Un día llegó a entrar un coyote a nuestra casa, lo tuvieron que matar en ese instante para no peligrar la vida de alguno de los humanos, presenciarlo fue muy duro.
Las tribus primitivas locales sentían rechazo por los blancos, a lo largo de la historia habían sido tan maltratados que era comprensible. Aún así nosotros tratamos de acercarnos, de poder brindarles la ayuda que el gobierno no les proveía, como alimentos y agua que con la sequía no disponían y morían de desnutrición y deshidratación.  Pero nos resultó imposible, se mantenían reacios a ceder, aún en la necesidad.
Una madrugada uno de nuestros empleados, vio a una persona en la oscuridad sacar agua de nuestro aljibe a escondidas, lo creyó un ladrón y no se controló. Abrió fuego contra él, una reacción que nosotros repudiamos hasta el día de hoy. En medio de la conmoción y los gritos, nos percatamos que se trataba de un niño aborigen. Los padres lloraban, hablaban una lengua que yo no comprendía, no entendían que yo quería ayudarlos, darles la posibilidad de un médico. Aquel pequeño murió en brazos de sus progenitores. Sus ojos, tristes, esa mirada dulce, jamás la pude olvidar.  
Por la mañana su cuerpo desapareció, en cambio, nació un ave jamás vista, hermosa, llena de luz, que nunca se fue de la región. Cada vez que pasaba reconocíamos en sus ojos el amor por estas tierras. Transmitía mucha paz con sólo verla romper el viento con sus alas. 
Este magistral pájaro solía bajar a un manantial de los alrededores a beber, todos nos acercábamos a observarlo, pasábamos horas sentados allí en silencio. Con los meses, entre los nativos y los colonos fue creándose un ambiente de respeto mutuo y se desarrolló una incipiente amistad entre los pueblos que con el correr del tiempo se fue afianzando. 
La muerte del niño no fue en vano. Esa ave se transformó en un símbolo de paz, nos recordaba que las diversas culturas podemos convivir armoniosamente.  Esta historia fue contada por generaciones y generaciones, para inculcar desde jóvenes el sentimiento de unión y tolerancia.

Lara Colonna

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