miércoles, 20 de octubre de 2010

Una mujer extraña

Esa mujer era muy extraña. Creía haber visto su rostro alguna vez, pero no conseguía recordarlo con exactitud. Trataba de no mirarla, ya que su presencia me incomodaba realmente. Mi misteriosa acompañante, por el contrario, me miraba descaradamente. No disimulaba, y sus ojos se posaban en mí de forma escrutadora. Analizaba detalladamente cada uno de mis movimientos, cada uno de mis gestos.

Yo trataba de evitar su mirada. Esta mujer situada justo frente de mi, me inspiraba un gran temor. Su piel era blanca, y contrastaba a la perfección con su vestimenta de color negro. Su pelo se encontraba oculto por un sombrero del mismo de su ropa, pero unos mechones que se escapaban hacia los costados me hicieron saber que su cabello era de color rubio muy claro, casi blanco. Su mirada era fría, al igual que la temperatura que acompañaba a la oscura noche de invierno. Sus labios estaban suavemente humedecidos, al igual que las gotas de lluvia que caían sobre mi espalda en ese momento.

La situación era incómoda y el momento escalofriante. Ambas nos encontrábamos paradas, esperando la llegada del tren. Mi presencia en el lugar equivocado, en el momento menos recomendado me hicieron sentirme tan boluda. ¿Qué hacía yo en ese lugar? ¿Quién me había mandado a mí a exponerme a esa situación? Yo misma, claro. Yo y mí forma tan infantil de mostrar independencia. La estación de tren durante una noche oscura, fría y lluviosa de invierno no es justamente el lugar más recomendable para una chica que acaba de cumplir los diecisiete años.

Comencé a notar que la mujer que antes solamente me miraba, comenzaba a acercarse lentamente hacia mí. Había estado tan distraída con mi monólogo mental que no pude advertirlo antes. El miedo me paralizó, y no pude correr. Cuando ya se encontraba muy cerca de mi, abrió su gran saco con el propósito de buscar algo y entonces…



Adriana Salón.

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