martes, 13 de octubre de 2009

La imaginación



Caminando hacia el sol, que quería desaparecer, observaba los árboles y su ímpetu. Estaba entretenida levantando las piedras que el camino le brindaba. Al levantar su mirada, siguiendo con la imaginación un pájaro, divisó a lo lejos, casi imperceptible, una casa y quiso dormir y soñar en ella.
Prosiguió su camino, ahora sin tantas distracciones.
Llegó allí; ‘La imaginación’, decía un cartel, el nombre de la casa. Decidió entrar, a simple vista se veía confortable.
Entró distraída nuevamente por los sauces que se recostaban en un pequeño lago, inundado de peces de colores. Le parecía divertido el vaivén que provocaba la brisa en sus ramas.
A pesar de estar absorta en esa imagen, logró salir de la hipnosis por el pesar de sus pies. Busco pacifica, con la mirada, asiento dentro de la galería de la casa.
Llego ahí y se sentó en el sillón de mimbre, observando ahora desde lejos el imponente paisaje.
Ya estaba en desventaja con el sueño abrumador que había traído el cansancio, cuando advirtió a un lado de la galería un hueco.
La interesó investigar el destino al que conducía la escalera, fuerte y concisa, de aquel lugar extraño. Decidió bajar, a pesar del miedo que inspiraba la primera oscuridad. Bajo y siguió bajando convencida que llegaría al final.
Su cuerpo volvió a respirar cuando al apoyar su primer pie en el suelo, l luz natural se encendió. Notó que había más pájaros que los que había afuera, más luz y aun más calma. Se descubrió sola, pero no temió. Había mucha paz circulando, tan mágica como polvo de hadas.
Quiso seguir el único sendero que había pero se detuvo beber el agua que manaba de la fuente, al costado del camino. No existía en el mundo superficial agua tan pura.
Recordó nuevamente su cuerpo y noto el cansancio que la larga caminata había ocasionado. Se recostó, ahora en una hamaca sostenida por el aire. Cerró los ojos y casi dormida, sintió la cercanía de una presencia. Una y todas las personas estaban con ella brindándole silenciosa compañía. Quiso rozar su mano y descubrir un rostro pero la ausencia se había hecho presente. Descubrió entonces, sin mirar, un libro, al que alzo y quiso apreciar afuera en la luz natural del sol.
Lo sujeto bien fuerte, como si alguien quisiese sacárselo. Subió las escaleras y observo hacia atrás: la luz se había apagado. Contemplo la casa, la galería, el sillón de mimbre, el sauce y el algo, teniendo la certeza que no volvería a ese sitio. Retomo su camino, hacia el sendero y quiso volver a guardar en su memoria aquel bello paisaje. Pero tras sus pasos ya nada quedaba.
Todo se había esfumado en diversos colores.

Magalí Carrizo

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