martes, 13 de octubre de 2009

Entrega incondicional


Lo primero que hice cuando salimos, fue alzar la vista para observar aquel maravilloso cielo anaranjado y la bandada de gorriones que pasaba volando sobre nuestras cabezas. Detrás de las montañas se escondía el sol, y la brisa del atardecer agitaba suavemente las flores del jardín.

Caminamos hacia la entrada, y me detuve un instante para estudiar la expresión de sus ojos. Sus pupilas brillaron, y, al verlo esbozar una leve sonrisa de suficiencia, supe que estaba disfrutando aquel momento.

Camino al bosque, permanecimos inmersos en nuestros pensamientos.

Entre los altos árboles, mi curiosidad aumentaba a cada paso que dábamos, pero rechacé con energía la tentación de romper aquel silencio que nos invadía.

Me señaló un claro en el bosque y nos detuvimos.

Fue entonces cuando me entregó su regalo, aquel secreto tan bien guardado durante todo el camino.

Las hojas secas crujieron bajo sus pies cuando se aproximó hacia mí para dármelo. Era frágil y dulce.

Era un pedacito de su corazón.

Paula Deak

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