lunes, 6 de julio de 2009

Pueblo bajo la nieve

Ella permaneció en silencio, mirando tristemente la nieve caer afuera. La habitación estaba cálida, gracias al fuego de la chimenea, pero su congoja no le permitía disfrutar del placentero calor de las llamas.
Solo sentía la presencia de él detrás suyo, pero le resultaba muy lejana.
No lo haría si tuviera otra opción, es bien sabido. –susurró él con pena.
Ella continuó dándole la espalda, ahora fastidiada.
Siempre hay otra opción – le refutó, tan bajo que no se oyó.
Mi padre dice que es un buen trabajo, buena la paga… no puedo oponerme. Sería un desatino, sabiendo cuanto mi familia lo necesita. Mañana bien temprano saldré. Si quieres pasaré por tu casa, así me acompañas hasta el camino.
No voy acompañarte en algo que no estoy de acuerdo. Sería aceptar tu abandono, porque puedes quedarte si quieres. –dijo ella, presa del enojo bajo la tristeza, parándose y dando la vuelta para observar su semblante por última vez.
Deberías abrir los ojos a la realidad en vez de querer manejar todo a tu antojo-se defendió él. – Quizás así serías un poco más certera en tus palabras.
No me juzgues de infantil! – exclamó ella, y él sin quererlo pero sin poder evitarlo le echó un ultima mirada y salió de la habitación. Una mirada que ella nunca llegó a entender.
Las primeras luces del alba comenzaban recién a despuntar, y aquel frío glacial le resultaba completamente indiferente. Caminó con premura, sin escuchar el leve crujir de la nieve bajo sus pies y desvaneciendo el sosiego que se extendía a su alrededor. Quería disculparse, poder despedirse, pero la tristeza no le permitía pensar con claridad.
Apoyó su mano juvenil en el árbol más cercano y observó con aflicción el paisaje, intentando encontrarlo caminando a lo lejos, despacio, como era su costumbre.
Pero él ya se había ido. Se estremeció ligeramente al descubrir sus pisadas, más adelante, perdiéndose en la distancia. Escuchó el piar de dos gorriones sobre su cabeza, y se arrodilló sobre la nieve helada rompiendo en llanto.
Aún era temprano, y sentada junto a la cerca, aguardó la llegada de un consuelo, observando el invierno arremolinarse sobre las casas y las pisadas del que se había ido como única despedida.

Paula Deak

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